jueves, enero 15, 2009

Ballenas en el jardín


Ballenas en el jardín

(coordinación de Claudine Lécrivain y Soledad Bonet;

prólogo y comentarios de Juan José Téllez)

Cádiz, Diputación Provincial de Cádiz

Colección Diálogo de Memorias, I, 2006, 318 págs.


La tierra, la infancia o el idioma: ésas suelen ser las zonas del alma una y otra vez señaladas por la literatura para referirse a la patria, y sobre todo para explicar las pérdidas más dramáticas del que emigra. Una pesadumbre con nombre técnico, el Síndrome de Ulises, que diagnostica la soledad de todo inmigrante en un país desconocido.


Ballenas en el jardín reúne fragmentos de novelas y relatos de más de cuarenta autores que, en carne propia o en carne próxima, han querido conocer la migración en sus diversas opciones y desde sus motivaciones varias: la aventura, el sueño de ser otro, el exilio, la búsqueda, la utopía, la rebeldía, la huida del hambre o el desarraigo. Componen los textos un sorprendente mural poético-sentimental sin tiempo y sin geografías, o más bien un mosaico superpoblado de miniaturas de todos los tiempos y de todas las fronteras. Significa el conjunto, en todo caso y literalmente, lo que las responsables del volumen apuntan como su propósito: “la interminable memoria de un destino interminable”.


Elaborada desde España y desde la sensibilidad que impone la vecindad con el Estrecho de Gibraltar –frontera trágica y vivísima-, la antología hilvana una cronología universal de la migración desde la literatura del siglo XVI hasta ahora mismo, y desde Asia hasta África, Europa y América, trazando un atlas herido de fronteras perfectamente consignado en los versos de Nicolás Guillén que aquí se convocan: “Entre tu pueblo y el mío / hay un punto y una raya, / la raya dice no hay paso, / el punto, vía cerrada. / Y así, entre todos los pueblos, / raya y punto, punto y raya, / con tantas rayas y puntos, / el mapa es un telegrama”. Lo paradójico, empero, es el diálogo que los textos establecen, articulado por las traducciones (del alemán, del turco, del francés, del árabe) esmeradas, y moderado por uno comentarios hábiles y enriquecedores que logran disolver los malentendidos, esto es: las fronteras.


La propuesta de Ballenas en el jardín va más allá de la crónica del fenómeno de la migración: traza un arriesgado juego de la oca simulador de la trayectoria vital de cualquier emigrante, organizando sus pedacerías literarias según éste: casilla de salida (circunstancias y motivos), paso afortunado o no de los puentes (el viaje), condenas y fortunas diversas (vivencias en el otro país), casilla de la muerte (el retorno) y Oca final (el futuro). Reproduce el libro así, casi con magnitud de cosmos, el mito eterno de la expulsión del Paraíso y la búsqueda de la felicidad, al que presiente interminable aun convocando las esperanzadoras utopías de la literatura de ciencia ficción.


Porque del viaje humano y de la soledad en otra patria ha hablado la literatura hasta más allá de la saciedad que podamos imaginar. Lo ha hecho el relato clásico y el contemporáneo, la novela negra, la infantil y la de ciencia ficción, como decimos: no sólo, por tanto, en clave de pasado. Lo trascendental es que los textos, conviviendo aquí, organizan sin fisuras la gramática de la migración: trazan los retratos posibles de quienes se marchan y quienes se quedan, los perfiles más o menos arriesgados del viaje (legal o ilegal), los arquetipos fieramente humanos de los que sufren y de los que se benefician y lucran de ese sufrimiento, el repertorio de nostalgias y desazones de quien se ve acechado por un idioma desconocido, las limitadas sutilezas de la violencia y la xenofobia, la tozuda persecución a los que viven en la marginación y la pobreza y, en fin, las complejas dimensiones religiosas y políticas de los hombres y mujeres transterrados.


Las aletas de las ballenas sumergiéndose en un mar desconocido que ilustran el paso de un texto a otro son el estribillo del libro, su alerta, el aviso de que lo que leemos tiene un significado preciso y urgente, tal y como explica aquí un emigrante: “Había algo que me sostenía. Yo creo que era el futuro. El futuro sostiene a los hombres. Si no existiera el futuro, el presente sería una porquería. Siempre he pensado así”.


Publicado en Verbum, vol. 10, nº 1 / junio 2008

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